La primera vez que me calcé unos guantes de boxeo tenía 17 años y mi primera novia me había dejado un par de horas antes.
Mi mejor amigo, previendo que estaría triste y desanimado, me invitó a su casa para probar una clase con su entrenador personal, César, que llevaba años dándole clases de boxeo a su familia.
Nunca había hecho nada parecido. Llevaba practicando un deporte de contacto - el rugby - desde los doce, donde si bien golpes no faltaban, eran más un accesorio del juego que el objetivo principal.
Cuando llegué, me prestaron unos guantes con olor a sobaco, me enseñaron los fundamentos y el entrenador me hizo apretar un protector bucal diciéndome: “recuerda todo lo que te molesta de tu amigo y pégale como puedas”.
Seguí sus instrucciones al pie de la letra.
Si nunca estuviste en una pelea, tenés un nivel medio de atletismo, y crees que por practicar otro deporte te va a ir bien, te tengo noticias. Lo más probable es que no.
En primer lugar, si no acostumbras a tirar golpes en tu rutina diaria (que a menos que practiques una disciplina de combate, espero que sea el caso), no te haces una idea lo mucho que te cansa hacerlo durante tres minutos, especialmente si fallas casi todos.
Segundo, si en frente te ponen a una persona con más experiencia y fallas tu primer golpe, tus probabilidades de ganar, tu autoestima y percepción de ser capaz de defenderte, caen en picada con velocidad vertiginosa. No importa cuantas películas de Bruce Lee, Jackie Chan o Batman te hayas visto. O cuantas horas hayas invertido en Mortal Kombat o Super Smash Bros.
Pelear es muchísimo más difícil de lo que parece.
Acabé con los ojos llorosos y si mal no recuerdo, una nariz sangrando, pero quedé fascinado. Se prendió una pequeña llama dentro mío que siete años más tarde, sigue muy viva. Me obsesioné con mejorar, ser más rápido, más preciso y más coordinado. Llegué a considerar competir en peleas amateur, decisión que sigo meditando, por motivos personales - y una aversión a causarme daño cerebral permanente.
Con peleas amateur o no, puedo decir sin exagerar ni un poquito, que el boxeo ha cambiado mi forma de ver la vida y hacer deporte.
El boxeo me salvó la vida
Acá si estoy exagerando. No me agarré (todavía) a golpes con rufianes y malhechores a la salida de un bar de moteros. Lo digo en un sentido emocional y espiritual.
Cuando me mudé a Barcelona, me sentí muy solo. Tuve la fortuna de convivir con mi hermana, con quien no me llevaba de perlas pero teníamos mucho en común - ADN, apellido, crianza y desprecio por las aceitunas-, y que el mismo amigo que me introdujo al boxeo tan solo dos años antes también se había mudado a la misma ciudad. Aún así, la soledad era inevitable. Vivir tan lejos de mi familia, de mis costumbres y de mi rutina me puso en un estado perpetuo de melancolía e incertidumbre.
Por suerte, allí estaba el boxeo. Sin importar donde me encontrara, siempre podía hacer mis rutinas de sombra (pegarle al aire para mejorar la técnica y el acondicionamiento) o unos rounds en los sacos del gym.
¿Me sentía triste? Boxeaba
¿Me sentía solo? Boxeaba
¿Estaba aburrido? Boxeaba
¿Estresado? Boxeaba
¿Tenía que estudiar? Boxeaba
A pesar de su naturaleza individual y combativa, el boxeo me trajo muchos amigos. No solo me ayudó a resolver todos los conflictos con mi mejor amigo de manera agresiva pero controlada, sino que la experiencia de entrar a un espacio confinado a pegarte tortas con otro ser humano, y aún así mantener un grado de respeto y autocontrol fue revolucionaria para mí. Dudo mucho que se pueda replicar en cualquier otra instancia.
Ningún otro deporte - incluyendo por supuesto otras artes marciales y disciplinas de combate - logra ese balance entre conflicto, violencia, respeto y paz.
Es un acuerdo consensuado entre dos partes de meterse en un cuadrilátero a dar y recibir golpes, manteniendo el espíritu deportivo y el reglamento por encima de las emociones (al menos en un principio, porque siempre hay alguno que necesita menos gimnasio y más terapia).
El entrenamiento y la mejoría, vienen acompañadas de una subida de autoestima y seguridad. Si bien estoy vehementemente en contra de la violencia (a excepción de casos de extrema necesidad), tener la capacidad de desenvolverse en una situación física y agresiva, te da un extra de confianza para manejarte en tu día a día.
Habiendo dicho esto, considero muy importante decir que NUNCA es una buena idea recurrir a la violencia para afrontar problemas. Ya sea en la calle, en una fiesta, o cualquier otro escenario fuera del contexto deportivo. No hay manera de saber quien tienes en frente, o qué están dispuestos a hacer, sin contar las repercusiones físicas o legales que puedan resultar de una pelea callejera. El caso de Antonio Barrúl (a quien aplaudo por su valentía) es una excepción a la regla que afortunadamente salió bien, pero perfectamente pudo haber sido otro el resultado.
Los golpes de la vida
El boxeo tiene mucho en común con la vida.
Lo mismo dicen todos de su deporte favorito - a excepción del bádminton tal vez, o el bridge - y es posible que comparar la vida con una disciplina de combate sea un pensamiento violento, pero qué carajo, si lo es.
Tanto en el ring como en la vida, peleamos solos. Por supuesto, hay un equipo en tu esquina que te respalda y aconseja, pero el que da y recibe sos vos, no ellos. En el boxeo, la responsabilidad recae sobre el individuo: un jab mal lanzado, un bloqueo muy tarde o muy temprano, una esquiva muy lenta, y te toca pagar las consecuencias. Consecuencias que duelen. Lo mismo ocurre en la vida, debemos tomar responsabilidad por nuestro accionar.
Mike Tyson dijo una frase brillante que no solo aplica al boxeo, sino a la vida en general.
Todo el mundo tiene un plan hasta que le pegan en la cara.
Razón no le falta. Por mucha estrategia que te montes, en cuanto recibes un recto entre las cejas, tus planes se van a la mierda. Lo mismo se puede decir de la vida. Un despido, la pérdida de un ser querido, un accidente, un corazón roto o un fracaso personal o profesional, pueden destrozar todos tus planes. Sin importar lo mucho que los hayas estudiado y trabajado.
Evidentemente, tanto en el deporte como en la vida existen formas de prepararse, no para evitar lo inevitable, sino para reaccionar de la mejor manera posible. En el gimnasio lo logras mediante el entrenamiento, la repetición y los rounds sparring. Así acostumbras la mente y el cuerpo a responder a las distintas situaciones de combate. En la vida, lo logras saliendo de tu zona de confort. Arriesgándote a tomar decisiones que requieren coraje, viajando, conociendo el mundo, enamorándote, desilusionándote, y sobre todo, fracasando. Muchísimo.
El boxeo no es para todo el mundo.
Aún así, si nunca has practicado un deporte como este, espero que después de leer esto puedas considerarlo.
Además de los beneficios de la actividad física en sí, hay una parte mental que se desarrolla que no he visto en ninguno de los deportes que he practicado. Siempre que lo hagas en un ambiente seguro, supervisado y con gente en la que puedas confiar que no quieren hacerte daño, el valor y la recompensa que recibes son incalculables.
En mi caso, llegué a hacer sparring con mi papá. Lo quiero muchísimo, pero pocas veces me he divertido tanto entrenando.
Hasta la próxima,
Lucas.
Buena descripción. Me llevó a pensar y reflexionar sobre las incertidumbres que te "golpean" en la vida, y cómo eso muchas veces te coloca en una mejor posición para pegar un "golpe" más certero.