Responsabilidades
Como aprendí a que mis decisiones tenían consecuencias, y la otra cara de la libertad.
En el colegio donde cursé la primaria teníamos clases de inglés dos veces por semana. Los martes y los viernes, con Miss Laura. Le decíamos Miss a todas las profes, a pesar de que ellas no supieran hablar inglés.
Supongo que le daba un toque de sofisticación porque por regla general, cuando hablas español, todo en inglés suena más elegante. Aunque a todos los profesores hombres, los tratábamos de “Don”. Como Don Álvaro por ejemplo. Era una dinámica muy confusa la verdad. Pero ya me fui por las ramas.
Todas las semanas nos mandaban tarea. Teníamos que completar una serie de ejercicios del verbo “to be”, los tiempos verbales, el vocabulario y demás. El starter pack para hablar inglés. Y durante un trimestre prácticamente completo, no traje la tarea ni una sola vez. Ni una. No lo hacía a propósito. Tenía una condición que me hacía muy difícil traer la tarea.
Mi condición de vagancia y se trataba de un caso bastante grave. Por naturaleza, yo prefería jugar con mis amigos o a la play.
Luego de un par de semanas consecutivas de no traer la tarea, citaron a mis padres. No estoy seguro de que se habló en esa reunión, pero el camino de vuelta a casa se me hizo muy incómodo. Me hablaban de la importancia de tomarresponsabilidadpormisacciones. Era una palabra muy extraña. Y al parecer algo que se tenía que tomar, como un jarabe para la tos. Si me preguntaban a mí lo que pensaba, hubiera dicho que prefería tomar mi jugo de naranja, pero no me encontraba en una posición muy aventajada como para negociar. Me quitaron la play durante la semana, hasta que pusiera mis cosas en orden, y lograron su objetivo porque en cuestión de dos o tres semanas mejoraron mis notas y no me olvidé nunca más de mis tareas.
Pero eso no fue todo. También aprendí una lección de por vida.
Mis acciones tienen consecuencias, y tengo que tomar responsabilidad por ellas si quiero tomar mis propias decisiones.
A mis 10 años, mis motivaciones estaban muy claras. Yo elegí ponerme las pilas y tomar responsabilidad para recuperar mi privilegio de Playstation. Así es como lo piensa un niño: yo hago este sacrificio porque quiero una recompensa. Para esa edad está muy bien y es un modelo bastante útil. El problema está cuando ese modelo se perpetra hasta llegar a la edad adulta. Rápidamente se vuelve insostenible ya que la vida del adulto es notablemente más compleja que la de un niño.
Por ejemplo, hay que trabajar y ganar dinero para después gastarlo. Interactuar con gente que no son tus padres, conocer personas para hacer amigos y encontrar pareja; plantearte el significado de la vida, reproducirte o en su defecto adoptar un perro y cuidarlo como a un hijo. Ir al psicólogo para tratar los traumas que te dejaron - voluntaria o involuntariamente - tus padres, y ya que estás, esa obsesión de tratar a un animal como a un ser humano. Decidir si vas a pedir delivery o cocinar por tu cuenta, ir al médico una vez al año (o cada cuatro, según quien), meditar sobre si de verdad ese sueldo amerita sacrificar tus horas sueño, posponer esa decisión por no querer afrontar las consecuencias de la pobreza… sólo por mencionar algunas cosas.

En conclusión, el paradigma sacrificio/recompensa se vuelve menos efectivo cuando vamos creciendo. Si seguís usándolo, no vas a tardar mucho en afrontar las consecuencias. Ya sea por gente que se aproveche de la simplicidad de tu razonamiento, o en caso contrario, te conviertas en uno de los que se aprovecha. Vas a ser un inmaduro inmamable en toda regla, causando estragos por donde vayas en tu vida.
Cuando crecemos y maduramos aumenta nuestro grado de libertad individual. Idealmente, cuanto más mayor te haces, ganas más libertad y disminuye tu dependencia de otras personas (o de gobiernos, pero esa es una conversación para otra edición). Cuando sos un niño, dependes de tus padres o tutores y por consiguiente, ellos deciden por vos - usualmente pensando en lo que es mejor para vos-. Pero cuando te independizas, surgen un millar de posibilidades para elegir, ya sea un trabajo, una pareja, donde vivir, que comer, etc.
Por esa razón, la otra cara de la moneda de la libertad, es la responsabilidad. Cuánto más libre seas, más responsabilidad debes asumir. No es una elección, es una obligación. No podes tener una sin la otra sin que haya un absoluto desastre. Las personas que no se responsabilizan por sus acciones, no suelen llegar muy lejos, y si lo hacen, lo logran causando todo tipo de problemas a su alrededor. Hacen daño a las personas con las que se relacionan, como parejas, amigos, o compañeros del trabajo. Se victimizan y culpan a los demás, porque quieren cumplir sus antojos sin preocuparse por el resultado. Eventualmente, su propio comportamiento los alcanza.
Como decía el Tío Ben, minutos antes de morir por culpa de su sobrino irresponsable, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Así que si querés ser inmensamente poderoso, libre, independiente y admirado, ya sabes que toca hacerte responsable de tus acciones. Cambia tu juguito de naranja por un juguito de madurez, y vas a quedar maravillado con los resultados. O qué se yo. Necesitaba un final profundo para esta edición.
Antes de dejarte, quiero pedirte un favor.
Escribo porque me gusta pero como todo aspirante a escritor, quiero hacerme conocer y llegar a más personas. Por eso te pido que, si te gusta mi contenido, lo compartas con tus amigos, amigas, familiares, tu perro o quien creas que le pueda interesar. Te lo agradecería muchísimo.
Hasta la próxima,
Lucas.