
Hace 3 años me mudé al depa donde vivo actualmente.
Cuando me mudé, como en toda mudanza por más chiquita que sea, la casa era un absoluto desastre. Ropa tirada por todas partes, hecha un bollito y repartida en puntos estratégicos del desorden que durante semanas me tenía buscando y rebuscando entre los escombros de lo que eran mis pertenencias, mi camiseta o suéter favoritos, con la desesperación de Frozono buscando su súper traje.
Por todas partes me chocaba con cajas abiertas llenas de cosas que no veía hace años pero que en su momento decidí guardar para cuando “las necesitara”. Y otras cuantas cosas que no aparecen por ningún lado pero que yo juré que metí en una caja que decía COSAS MUY IMPORTANTES. Pero nada, no hay caso, se perdieron para siempre como esa media que se me quedó en el recoveco del tambor del lavarropas de un hotel, dejándome a la otra media huérfana que igual aparto a un costadito del armario porque ya va a aparecer su par.
Para lidiar con semejante caos y desorden, en un arranque de impulsividad, coraje y valentía, me fui al IKEA y me compré una cómoda. Una Kullen de seis cajones en un tono negro y marrón. Un modelo bellísimo que complementaba de forma muy elegante la tabla de madera del mismo color que sobre dos caballetes blancos hace las veces, hasta el día de hoy, de mi escritorio. Pero me estoy adelantando.
Compré la Kullen y me propuse armarla. Ahora, hay un par de cosas que se me dan bien. Como jugar al Uno, tirar un pase de rever con la pelota ovalada, hacer chistes con juegos de palabras e imitar el acento cordobés (solo si estoy en confianza y me tomé unas birritas de más). Hay algunas que me salen más o menos bien pero no puedo presumirlas, como cocinar o hacer una regla de tres. Pero si hay algo en lo que soy un absoluto desastre, y causa pequeñas grietas en mi identidad masculina, es siendo un manitas, un todero, o un handyman. Al igual que mi oído musical, nunca ha formado parte de mis set de skills.
Lo cual es una vergüenza, no solo por no cumplir con las expectativas de la sociedad de los 80 para el hombre promedio, sino porque gran parte de los hombres de mi familia si lo son. Mi padre, mis tíos, mi abuelo, mis primos lejanos y alguna que otra prima empoderada. Vengo de una larga estirpe de personas con destreza para las herramientas y los arreglos caseros.
En cambio yo te puedo, con esfuerzo, cambiar un caño del lavamanos. Con los dientes apretados y el ceño fruncido, colgarte un cuadro medio torcido. E incluso apretar las tuercas de una mesa con una pata medio suelta. Sin embargo, mientras más escala la dificultad de la tarea, más disminuye desproporcionadamente mi eficiencia. Y según qué mueble de IKEA me pongas en frente, sin importar que tan simpáticos y felices se vean los muñequitos que lo montan en el manual de instrucciones, para mi se vuelve una tarea dantesca. Y la Kullen fue una de esas.

Tardé en armarla más tiempo del que estoy dispuesto a admitir. El número que tenes en tu cabeza es, probablemente, mucho menor de lo que terminó siendo. Y lo acabé logrando no sin varias dificultades y momentos de duda. Tuve que desarmar una pieza en más de una ocasión porque no había forma de que encajara, a pesar de estar haciendo exactamente lo que mostraba el dibujito. Reconozco que más por mi incompetencia que por el diseño. Eventualmente se pudo. Lo celebré con la alegría y el alivio de haber ganado una batalla muy dura, con muchas bajas y lesiones. Me tomé una cerveza de la victoria y me senté en el sofá - que ya estaba armado- con un suspiro de cincuentón que acaba de cortar el pasto de su jardín. Orgulloso. Había logrado aquello que tanto me intimidaba.
O bueno. Más o menos. En menos de 48 horas, dos de los seis cajones color negro-marrón se desfondaron. Ya fuera por diseño o por ejecución, no soportaron la titánica carga de 15 camisetas enrolladas. Aún con un resto de orgullo y adrenalina por haber completado la tarea en primer lugar, me puse mi cinturón de herramientas metafóricas y lo arreglé lo mejor que pude. Aguantó un par de días más y se desfondó de nuevo. De ese día han pasado tres años.
Hace un par de semanas leía a mi estimado
, que hablaba sobre la obsolescencia programada. Él explicaba que, un objeto que se rompe a medias es peor que uno que se daña por completo, porque el que se rompe a medias todavía lo podes seguir usando. Se queda imperfecto por un tiempo indefinido. Que fue el caso del cajón negro-marrón de la Kullen. Por tres años consecutivos, a pesar de varios esfuerzos de mi parte por repararlo, el cajón se siguió desfondado una y otra y otra vez. Lo seguí utilizando por todo ese tiempo, abriéndolo y cerrándolo con dificultad, cada vez que quería sacar una camiseta. Todos los días, por tres años. Un pequeño infierno diario, molestando lo suficiente como para ponerme de mal humor, pero no lo necesario como para buscar una solución permanente al problema. Intenté colocarlo a la fuerza, atornillarlo, quitando camisetas, con super pegamento, con presión y hasta rezando un rosario. Sin éxito. Me rendí por completo.Hasta el día de ayer. Tras tres largos años, mi pequeña tortura interminable llegó a su fin cuando el cajón se dañó por completo. La pieza sobre la cual se apoyaban mis 15 camisetas cedió, dejándome sin un espacio donde guardarlas.
Escribo estás líneas con una mezcla de alivio y de nostalgia. Tengo el cajón apartado en un rincón de la habitación, afeando la estética del espacio y estropeando el feng-shui. Pero aún recordándome a días pasados. Cuando tenía un lugar donde poner mis cosas.
La vida es así, supongo. Vivimos ensimismados en nuestras rutinas, conformándonos con las incomodidades del día a día, notándolas pero no haciendo mucho al respecto hasta que quiebran o nos quiebran, según cual sea más fuerte. No quiero que pienses que lo veo todo con pesimismo. Al contrario, creo que son esos quiebres los que nos dan la oportunidad de reinventarnos. De hacerlo mejor para la próxima.
¿Sigo hablando del cajón? No estoy seguro. Creo que me pegó muy fuerte el no tener donde poner mis camisetas. Lo que quiero decir con todo esto es que si te gustó lo que leíste, deberías pensar en suscribirte. ¿Por qué? Pues porque es gratis y a quien no le gusta algo gratis, y porque al hacerlo podes recibir todo lo que escribo directamente en tu correo. Puede ser nuestro pequeño secreto. Así que dale, suscríbete.
Hasta la próxima,
Lucas.
Si habré peleado con muebles de IKEA! Tengo la fortuna de vivir hace 13 años con una persona que no solo se le da bien el armado de muebles, sino que lo disfruta.
Tu historia cajonera me hizo acordar de un frase que leí hace poco: change happens when the pain of staying the same is greater than the pain of change.
Me encanta el poder de análisis e identificación de lo profundo en lo mundano. Es la vida misma aunque muchos muchas veces la transitamos sin verlo. Ojo, a veces para bien.
Que afortunado! Yo he ido mejorando mucho con el tiempo, pero a veces me pregunto si no sería más cómodo hacer los muebles con legos.
La frase me parece muy acertada. A veces necesitamos llegar a ese punto límite que nos empuje a hacer algo.
Y por último, me parece una de las cosas más emocionantes de esto de escribir. Darte cuenta de que algo que haces todos los días, que a primera impresión puede ser trivial o insignificante, dice mucho más de lo que parece.