Cómo manipular la realidad, y otras mentiras que cuento por ahí
Un ensayo que empezó siendo de fotografía pero que degeneró, como suelo hacer, en lo que sea que es esto...
La fotografía suele utilizarse como una evidencia incontestable, una prueba fehaciente, de que lo que se muestra es un reflejo de la realidad. Una pequeña ventana que nos permite viajar mediante los ojos de una máquina, al lugar que se representa en esa impresión, o de ser digital, en esos píxeles de la pantalla. En contraste con una pintura, que se toma ciertas licencias artísticas a la hora de ilustrar un paisaje o un retrato, la foto muestra lo que hay, lo que se puede ver.
Sin embargo, la fotografía está muy lejos de ser imparcial. Mas allá de la susceptibilidad a los mismos factores que afectan a nuestros ojos, cómo la luz y las sombras, las ilusiones ópticas, o la percepción del espacio, la fotografía sufre de una manipulación más avanzada, inherente a su funcionamiento. Me refiero a lo que conocemos como el encuadre. Es decir, el proceso de selección del qué y el cómo se incluyen elementos en una composición fotográfica. Cuando agarramos una cámara para tomar una fotografía, debemos elegir el objeto en el cual enfocarnos, el ángulo desde el cuál se toma, la distancia, el enfoque y demás factores. Por consiguiente, a lo largo de ese proceso, vamos descartando todos los elementos físicos y visibles que no se adaptan a nuestra intención para producir la composición que buscamos. Para transmitir el mensaje de forma visual, que consideramos relevante. He hablado en un par de ediciones sobre mi pasión por capturar las pequeñas historias que encuentro ocultas a mi alrededor. Y si bien tengo una predilección por los paisajes, creo que cada edificio, persona o animal al que amenazo con la lente de mi Nikon, oculta un relato. Pero las decisiones que tomo a la hora de fotografiarlos, distorsionan inevitablemente ese relato para adaptarse a la historia que quiero contar, que no siempre es la misma.
Ésta foto la tomé en las afueras de un pueblo de Madrid, donde fui a hacer un sendero. Me gusta mucho porque me recuerda la confusión que sentí al encontrarme una bañera soltando agua a borbotones en medio del monte. En la imagen se puede ver con cierta claridad, la bañera vieja y oxidada a la intemperie, el cielo amenazante con nubarrones oscuros anunciando una gran tormenta, la colina invadida por árboles y arbustos de tonos otoñales, y una piedra imponente coronando el centro del marco. A mi parecer es una imagen curiosa y pintoresca. A cada quien le producirá una reacción diferente. A alguno se le hará peculiar, o incluso bonita, y a otros les dará lo mismo. Pero, lo interesante se encuentra en que, a la hora de componer la foto, tomé una serie de decisiones, conscientes e inconscientes, para manipular la imagen de forma que se vieran precisamente esos elementos. Hay un montón de información, sobre el contexto, el espacio, y los alrededores a los que sólo yo, el fotógrafo, tuve acceso.
Para empezar, el tipo de rollo que utilicé se caracteriza por exagerar la saturación de los colores; por lo que el oxido de la bañera, y el color ocre y marrón de los árboles, el azul oscuro del cielo, y el verde del césped son más intenso que el color de verdad. Por otro lado, la foto se tomó a pocos metros de la casa del dueño del campo. Ese campo, está a escasos minutos caminando del centro del pueblo, y no en un rincón remoto alejado de la civilización. Tampoco se ve en la imagen que los nubarrones estaban alejándose; y a espaldas de donde tomé la foto, había un sol resplandeciente y un cielo despejado, que minutos más tarde iluminaría el monte con sus rayos cálidos. La bañera solitaria y fuera de lugar, estaba conectada a un ingenioso mecanismo construido a base de maderas y metales, que encauzaba un arroyito para luego desembocar en un pequeño charco rodeado de flores. Puestos de esa manera por el dueño, asumo, para regar sus plantas con el deshielo y la lluvia que bajaba de la ladera de la montaña ubicada a pocos kilómetros de su terreno. Ésta información hace de la imagen, en un principio curiosa, algo más ordinaria y mundana. Quizás incluso, la imagen real suene decepcionante.
Revela una historia diferente a la que visualicé en mi cabeza al momento de tomarla.
El encuadre elimina, por necesidad, el contexto. Aunque mi ejemplo está enfocado en la fotografía, el encuadre se utiliza en el día a día para distintas situaciones. Los medios de comunicación y los partidos políticos son expertos en encuadrar la información. Es por esa razón que podemos ver múltiples versiones diferentes, a veces incluso contradictorias, de un mismo evento. En un diario podemos leer sobre una protesta por los derechos de los trabajadores de X gremio o sindicato, y en otro, sobre los saqueos, disturbios y agresiones que ocurrieron durante la marcha. O podemos leer en el Twitter/X de un político que denuncia cómo la gota fría en Valencia fue agravada por los efectos del cambio climático y el capitalismo, y en el perfil de su oponente sobre la mala gestión del gobierno de turno, o la ausencia de inversión en cierta infraestructura para prevenir el desastre. Podríamos encontrarnos también, un reportaje en La Sexta sobre las familias de refugiados que llega a Europa escapando la guerra, el hambre y la pobreza buscando un futuro mejor; o ver un documental en Youtube sobre cómo la invasión de inmigrantes ilegales en las costas del Mediterráneo amenaza la estabilidad de Occidente. En todos los casos, nos encontramos distintas facetas de una misma historia, encuadradas de acuerdo a la intención y el mensaje que quiera transmitir quien las comunica.
Pero los medios y los políticos no son los únicos encuadradores que podemos enfrentar. En conversaciones cotidianas, es normal presenciar el encuadre de lo que dijo algún personaje histórico relevante, para acomodarlo a opiniones personales, ignorando el contexto y la intención con la que fueron escritos. Tal vez el ejemplo más claro que se me ocurre sea el de Karl Popper y su defensa de la libertad de expresión, que es citado a diario por personas que jamás han leído a Karl Popper, y cuyo concepto de la libertad de expresión se resume en tolerar únicamente lo que ellos consideran tolerable. Incluso experimenté el encuadre con mis propios textos - sí, tengo el descaro de mencionarme en el mismo párrafo que a Karl Popper -, con personas compartiendo o comentando algo que escribí, pero usándolo para apoyar un argumento diferente o incluso opuesto al que pretendía comunicar.
Escribo éstas líneas siendo consciente de que soy un hipócrita. Si bien hago grandes esfuerzos por mantenerme imparcial cuando escribo o discuto, me veo obligado a encuadrar, recortar y omitir información por una cuestión de eficiencia, simpleza y sesgos personales. Si todas nuestras conversaciones e interacciones consistieran en largas disquisiciones, donde siempre intentáramos llegar al fondo del asunto, nuestra sociedad se paralizaría por completo. A pesar de esta realidad, considero que ser conscientes, como mínimo, de nuestros métodos de comunicación y de la naturaleza de nuestras interacciones, nos permite estar mejor preparados para afrontar las complejidades de nuestro mundo.
Por ello, aunque reconozco las manipulaciones que produzco, seguiré encuadrando mis fotos y comunicando mis opiniones de la forma más sincera que pueda. Ustedes ya están avisados.
Hasta la próxima,
Lucas.
Me ha encantado Lucas, me guardo tu portada y pronto la verás en Esto me interesa (https://www.estomeinteresa.com/) 🤭
Y el que avisa no es traidor. Gracias por la honestidad, intentamos corresponder (con el inevitable sesgo de cada uno) 😂