Salsa y juegos
Como el baile y el juego te pueden hacer mejor deportista, y persona.
Entre mis hábitos recientes de consumo de contenido, hay un género me ha llamado la atención. Compartí mi fanatismo por las peleas en el cuadrilátero en ediciones previas. El boxeo es un deporte que practiqué con intensidad por varios años, y si bien, como dijo un amigo y compañero de sparring hace poco: “ya no estamos en edad para pegarnos puñetazos en la cara”; sigo viendo peleas y participando del mundillo pugilista. Por esa razón, mi algoritmo de Youtube me convirtió en aficionado al boxeo cubano.
Desconozco los motivos que darían lugar a que uno de los pueblos más castigados por las políticas liberticidas y opresoras del comunismo se haya convertido en una fábrica de grandes peleadores, músicos y poetas. Postularía que la falta de libertades mínimas y esenciales para una vida próspera lleva a sus víctimas al extremo de desarrollar habilidades excepcionales. A nivel personal, dudo que la libertad a cambio de un par de medallas de oro cada cuatro años sea un trueque justo, pero para desgracia mía y de millones de cubanos, es lo que hay.
Lo más fascinante de ver el boxeo cubano, tanto en sus sesiones de entrenamiento como en peleas amateur y profesionales, es la ligereza, elegancia y ritmo con el que se mueven. Cada paso que dan parece coreografiado al ritmo de un timbal. Los movimientos de pies y cintura te harían pensar que están bailando, de no llevar los guantes puestos y tener frente a ellos un rival dispuesto a bajarles los dientes. No se trata de un caso aislado, sino de una filosofía entera de combate.
Mi teoría no fundamentada o solicitada para este curioso fenómeno, consiste en que los boxeadores cubanos dedican una parte no menor de su entrenamiento al juego. Bailar puede ser un término más acertado, pero en este contexto, el baile es una forma de juego.
Si alguna vez viste Rocky IV, tendrás grabado en tu memoria el contraste entre los entrenamientos de Iván Drago y Rocky Balboa. Por un lado, Drago, el gigante soviético, entrena bajo la intensa lupa de un grupo de científicos que buscan optimizar hasta el más mínimo detalle. Utilizan máquinas complejas y asépticas para medir cada fibra de su cuerpo y convertirlas en engranajes de un destructor de guerra. Rocky Balboa, en contraste, se aloja en una cabaña remota en la montaña, y al mejor estilo tibetano entrena con los elementos rudimentarios que tiene a su alcance. Carga piedras y troncos, corre por ríos casi congelados, empuja trineos con pies y manos, y tala un pino con una hacha.
No definiría el entrenamiento de Rocky como un juego. Es más, se asemeja más al trabajo de un leñador o campesino, pero en contraste con su rival soviético, tiene un aspecto más lúdico y divertido. Y si nos remontamos a la segunda película de la saga, recordaremos la escena en la que el “Semental Italiano” persigue una gallina como parte de su preparación física. Queda claro que el objetivo de estas escenas es contrastar el espíritu libre de los americanos con el ambiente opresor e inhumano del régimen soviético, pero si nos quedamos en una primera capa, yo veo a un tipo entrenando de maneras creativas en un paraje salvaje, y a otro llevando su cuerpo al límite del desgaste dentro de un laboratorio con aspecto de refugio para bombas nucleares. Tengo muy claro dónde preferiría entrenar yo.
Regresando a los cubanos, pese a vivir bajo un régimen comunista como los soviéticos, sus sesiones de entrenamiento se ven más divertidas que ambos ejemplos de la película. Como mencionaba en un principio, al llevar el ritmo y la salsa en la propia sangre, sus movimientos prestan mucho de ese género de baile. Cierto juego de pies, cambiando la guardia con naturalidad, dando pequeños brincos de un lado a otro, y sacando la máxima ventaja de la flexibilidad de cintura. Basado en los vídeos que he visto, es común verlos entrenar al ritmo de una salsa sonando de fondo.
Otro ejercicio que me apasiona, si bien es practicado en casi todos los gimnasios donde he entrenado, los cubanos parecen ser los más exquisitos a la hora de practicarlo. Se trata de un juego donde, en lugar de pegarse en el torso y la cabeza como en un combate, se dan toques en los hombros, rodillas, o ambas. De esta forma, practican movimientos similares a los de una pelea - ya sea movimiento de piernas, cambios de guardia, jabs, cruzados, y demás - a un ritmo de mucha velocidad, y lo hacen sin provocar daño cerebral. Por supuesto, estos juegos son suplidos por rounds de sparring y combate intenso, pero al ser divertidos y no conllevar el riesgo y el estrés de una pelea, se puede entrenar con intensidad y distensión al mismo tiempo. Se premia la creatividad, los reflejos y la planificación, sin necesidad reventarse el tabique.
Para mí, esa es la clave. El juego, a diferencia de la situación real, fomenta un estado de relajación y creatividad que otorga margen para probar cosas nuevas. Mientras que en un sparring intenso (que tiene su lugar en el entrenamiento de cualquier peleador serio) existe un riesgo y un nivel elevado de estrés, sobre todo contra esos rivales que no entienden el concepto de trabajar en la técnica, el juego permite trabajar sin graves consecuencias y menos riesgo de lesiones.
Si el boxeo no es lo tuyo, aún existen muchos otros aspectos de nuestra vida se pueden beneficiar de un juego. Por ejemplo, desde que me muevo por mi ciudad en bicicleta - según yo de nueve años, el mejor juguete que me pueden dar -, cada viaje que hago, así sea comprar pan o ir a la oficina, se vuelve un recorrido emocionante. Hago carreras imaginarias con los que pasan a mi costado, trato de cruzar antes de que cambie el semáforo, y voy cantando en mi cabeza durante buena parte del camino.
Quizás el trabajo también sería menos aburrido si incorporáramos más juegos. En una oficina donde trabajé hacíamos competencias de ping pong, y un colega y amigo solía traer cartas para el descanso del almuerzo. Incluso se planteó la posibilidad de comprar una Nintendo Switch para toda la oficina; iniciativa que se descartó por motivos de performance. No es cosa solo para niños. Hasta la vejez, junto con la niñez, es donde más tiempo se dedica a jugar, lo veo a menudo con los ancianos en el parque jugando al ajedrez, a la petanca, o cada vez que paso delante de un casino.
Y si nada de esto te convence, siempre te quedará la salsa para darle un poco más de gracia a la vida.
Hasta la próxima,
Lucas.
Lucas, robo a Tomás Mazza en La Velada? Me gusta mucho como baila Viruzz 😉 Un abrazo crack!