Desconectado
Me volví un adicto a mi newsletter y tuve que irme lejos para acabar con mi dependencia.
¡Saludos, mis urbanitas!
El otro día (como mi newsletter), me fui a pasar unos días al mejor hotel que conozco: la casa de mis padres. Me encanta ser independiente y dueño de mi destino, pero en la casa de papá y mamá me reciben con un cariño y un amor que no te lo iguala ni el Marriot más lujoso. Todo ello al módico precio de ser un buen hijo, y tratar dentro de lo posible, de mantenerme en el lado bueno de la ley.
Hace poquito se mudaron a una casa que queda a una hora y pico de la ciudad, y es de esas casas que uno ve y se dice para sus adentros “quiero vivir acá”. El inmueble en sí no es nada del otro mundo, pero de paisaje tiene unas montañas que te recuerdan al comienzo de un capítulo de Heidi - con quien me hacían bullying por mi apellido.
El viaje fue tan espontáneo como necesario. Llevaba unas cuántas semanas ininterrumpidas de estrés y ansiedad por cosas de la vida, con ánimos de perro viejo, y flaqueando en mis ganas de afrontar responsabilidades. En resumen, estaba más quemado que la canción de Despacito.
A eso le sumo una “relación tóxica”, cómo dicen los jóvenes de hoy en día, con Substack y mi newsletter. Mi novia tenía tiempo recordándome que hay un mundo fuera de la aplicación con el icono naranja cada vez que me veía respondiendo un comentario como si mi vida dependiera de ello, restackeando Notes por diestro y siniestro, vendiendo mi dignidad a cambio de suscriptores, y buscando inspiración en los rincones más polvorientos de mi biblioteca y de mi mente.
Si Substack fuera una sustancia prohibida, vuestro servidor ya estaría en la calle o detenido.
Con este escenario en mente, hice mi maleta con mi ropa para el fin de semana, y con la intención de regresar convertido en un hombre nuevo. Un tipo desconectado de sus deseos carnales. Por eso, lo primero que hicimos al llegar fue lanzar el teléfono por la ventana (metafóricamente hablando porque todavía lo estoy pagando), ponerle la correa a los perros, y salimos a dar una vuelta sin nada más que las llaves de casa y lo que llevaba puesto.
La naturaleza, así a lo grande, tiene la maravillosa capacidad de poner las cosas en perspectiva. El movimiento de los árboles con el susurro del viento, las aves de distintos tamaños y plumajes sobrevolando la ladera, los conejos refugiándose en sus madrigueras de los halcones, los saltamontes saltando varios metros al rozarlos con el zapato, y las reses pastando y rumiando bajo el sol fresco de otoño, te recuerdan, por las buenas o por las malas, que (casi) todas tus preocupaciones no son más que el resultado de tu cerebro buscando algo con lo que pelearse y hacerse valer.
Las consecuencias de nuestras decisiones en la vida acomodada del urbanita, no suelen ser más graves que un mal rato o un disgusto, y mucho menos importantes que la pelea por la supervivencia que se está dando alrededor del mundo, en todo momento. El tema es si decidimos darnos cuenta de ello. Ese examen que te tiene nervioso, lo imbécil que pueda ser tu jefe o tu compañero de trabajo, una pelea con tu pareja, el estrés de estar ajustado a fin de mes, lo que dijo el político que te molesta, ese pelo encarnado en tu nalga izquierda, o el número de suscriptores en tu newsletter; son cuestiones insignificantes cuando los pones en su debido contexto.
Desde el organismo más minúsculo hasta el árbol más colosal, la vida es una lucha constante por el simple hecho de existir, y que nosotros tengamos ventaja - con nuestra tecnología y nuestras modernidades - no es otra cosa que la fruición de nuestro esfuerzo e inventiva por miles de años, y que como un boxeador retirado, nos tiene con ganas de meternos de vuelta en el ring, aunque ya nadie quiera verlo y no nos haga falta.
Allí, parado en el monte, contemplando los tonos rosáceos, anaranjados y amarillos del atardecer más bonito, pude respirar tranquilo por primera vez en mucho tiempo al darme cuenta de que no tenía nada de qué preocuparme. Todos mis problemas se empequeñecen cuando tengo la inmensidad del mundo al frente mío, y por un momento, entendí profundamente, a un nivel visceral, que pase lo que pase, todo va a estar bien.
Recomendación de la semana
Mi recomendación de esta semana es que salgas al aire libre y abraces un árbol. Si también tienes la suerte de tener a tus padres presentes en tu vida, dales un beso, un abrazo, o mándales un mensaje bonito desde la distancia. Estoy seguro que te lo van a agradecer.
Hasta la próxima,
Lucas.
Lucas!! No te agobies por Substack. Todos los nuevos pasamos por lo mismo! Con el tiempo uno va calmando los nervios. No te desesperes. Esto es un espacio de lectura y escritura y no de ganar una carrera a ver quién tiene más seguidores.
Tranquilo. Además piensa cuál es el fin de estar aquí. De compartir lo que escribes y por qué.
Un abrazo
Ánimo
La naturaleza es siempre la respuesta. Gracias por tu texto Lucas.